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martes, 30 de octubre de 2012

Animula, vagula, blandula

Anoche, no me encontraba muy bien. La gripe ha ido pasando de uno a otro, y a pesar de que me vacuné dos días antes de venir a Jávea, ya estaba contagiado, y el proceso durará la semana de rigor, aunque de forma atenuada. No obstante, no tenía ganas de ver televisión y me acosté temprano. Arropado con el edredón comencé a sentirme mejor. Después de unas partidas de ajedrez, backgamon y othello en el iPad, me acordé de los libros que siempre llevo cargados en iBooks, y empece a repasarlos. Enseguida apareció uno de mis preferidos, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, en la magnífica traducción de Julio Cortázar, y aunque ya lo he leído completo, cada vez que topo con él me apetece releerlo

Como introducción una pincelada sobre la autora, de la que puede encontrase en la red abundante información sobre su interesantísima vida y crítica literaria de sus obras.

Marguerite Yourcenar (nombre que utilizó como pseudónimo y que adoptó como nombre oficial después de nacionalizarse), fue una novelista, poetisa, dramaturga y traductora francesa nacionalizada estadounidense en 1947. Su nombre original era Marguerite Cleenewerck de Crayencour ( Bruselas, Belgica, 8 de junio de 1903 – Bar Harbor, Mount Desert Island, Maine, Estados Unidos, 17 de diciembre de 1987).

Busto de Marguerite Yourcenar.

Este libro fue publicado por entregas en la revista francesa La Table Ronde y debido al éxito obtenido se publicó la novela completa en diciembre de 1951. Es, sin ninguna duda, el libro más importante de la autora, y la crítica literaria la considera como obra muy documentada. En la novela, se mencionan unas Memorias que Adriano publicó en vida con el nombre de su liberto Flegón, hoy perdidas, y que sirvieron de base para dos de las fuentes clásicas sobre la vida del emperador: el capítulo correspondiente de la Historia Romana de Dión Casio, y la Vita Hadriani, dentro de la Historia Augusta, escrita por Elio Esparciano.

Portada de la edición traducida por Julio Cortázar.

La narración, que comienza con la fórmula: Querido Marco, adopta la manera de una larga epístola dividida en capítulos (Animula Vagula Blandula, Varius Multiplex Multiformis, Tellus Stabilita, Saeculum Aureum, Discilina Augusta y Patientia), y va dirigida a su sucesor, Marco Aurelio, a quien Adriano había adoptado como nieto, al hacerlo adoptar a su vez por su hijo adoptivo y sucesor inmediato, Antonino Pio. En ella, el emperador medita y reflexiona acerca de sus años de reinado, de sus triunfos militares, del amor, de la amistad, de la poesía, de la música, del arte, de los viajes, de la paz, de la pasión por su joven amante Antínoo y del dolor causado por su muerte. A este respecto, Yourcenar anotó en los Cuadernos de notas a las Memorias de Adriano la conocida frase del escritor francés Gustave Flaubert  cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre”. Como ella misma confesaba: “Gran parte de mi vida transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a ese hombre solo y al mismo tiempo vinculado con todo” (Wikipedia).
 
Hoy publicaré el segundo párrafo del primer capítulo Animula, Vagula, Blandula, que lleva al comienzo un Poema Fúnebre atribuido al propio emperador Adriano

Animula,vagula, blandula
Hospes comesque corporis
Quae nunc abibis in loca
Pallidula,rigida, nudula,
Nec, ut soles, dabis iocos… 

(Pequeña alma, errante y encantadora
Invitada y compañera del cuerpo
Que pronto partirás a lugares
Oscuros, fríos, brumosos
El fin de todas tus bromas … )

En el párrafo elegido le cuenta a Marco Aurelio su visión estoica de la muerte, que ya ve muy próxima.

... No te llames sin embargo a engaño: aún no estoy tan débil como para ceder a las imaginaciones del miedo, casi tan absurdas como las de la esperanza, y sin duda mucho más penosas. De engañarme, preferiría el camino de la confianza; no perdería más por ello, y sufriría menos. Este término tan próximo no es necesariamente inmediato; todavía me recojo cada noche con la esperanza de llegar a la mañana. Dentro de los límites infranqueables de que hablaba, puedo defender mi posición palmo a palmo, y aun recobrar algunas pulgadas del terreno perdido. Pero de todos modos he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos. Pero la incertidumbre del lugar, de la hora y del modo, que nos impide distinguir con claridad ese fin hacia el cual avanzamos sin tregua, disminuye para mí a medida que la enfermedad mortal progresa. Cualquiera puede morir súbitamente, pero el enfermo sabe que dentro de diez años ya no vivirá. Mi margen de duda no abarca los años sino los meses. Mis probabilidades de acabar por obra de una puñalada en el corazón o una caída de caballo van disminuyendo cada vez más; la peste parece improbable; se diría que la lepra o el cáncer han quedado definitivamente atrás. Ya no corro el riesgo de caer en las fronteras, golpeado por un hacha caledonia o atravesado por una flecha parta; las tempestades no supieron aprovechar las ocasiones que se les ofrecían, y el hechicero que me predijo que no moriría ahogado parece haber tenido razón. Moriré en Tíbur, en Roma, o a lo sumo en Nápoles, y una crisis de asfixia se encargará de la tarea. ¿Cuál de ellas me arrastrará, la décima o la centésima? Todo está en eso. Como el viajero que navega entre las islas del Archipiélago ve alzarse al anochecer la bruma luminosa y descubre poco a poco la línea de la costa, así empiezo a percibir el perfil de mi muerte. ...

Adriano, emperador de Roma desde el 117 al 138, natural de Italica y sucesor de Trajano.
Durante su reinado el Imperio alcanzó la maxima extension territorial de su historia.

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